En un escenario económico marcado por la incertidumbre y el aumento de la inflación, las tarjetas de crédito se posicionan como herramientas poderosas que, usadas con disciplina, pueden respaldar nuestro crecimiento financiero. Sin embargo, cuando carecemos de control, pueden convertirse en la vía rápida hacia el sobreendeudamiento y la ansiedad económica.
En 2025, la morosidad de tarjetas de crédito en Estados Unidos alcanzó el nivel más alto desde 2008, lo que pone en alerta a analistas sobre una posible recesión. Solo en los primeros meses de 2024, los bancos norteamericanos contabilizaron 46,000 millones de dólares en préstamos como incobrables, un crecimiento de más del 50 % respecto al año anterior.
Los consumidores pagaron alrededor de 170,000 millones de dólares pagados en intereses durante los últimos doce meses. Además, el 37 % usa tarjetas de crédito regularmente para llegar a fin de mes, y el 32 % se ha visto forzado a agotar completamente su línea de crédito. Con más de un 63 % de usuarios manteniendo saldo mes a mes, el panorama es preocupante.
El uso de tarjetas de crédito modifica nuestra percepción del gasto. Al no usar efectivo físico, el pago se siente menos real, lo que favorece las compras impulsivas. Estudios señalan que la facilidad de deslizar la tarjeta reduce la sensación de pérdida, incrementando el botón de “confirmar” sin pensar.
Este fenómeno se agrava cuando consideramos la presión social y el deseo de mantenerse al día con un estilo de vida digital. Muchas personas conciben el crédito rotativo como "dinero extra", olvidando que en realidad se trata de deuda que devenga altos intereses.
La creciente morosidad no solo afecta a los consumidores, sino también al sistema financiero y a la economía global. Una crisis del crédito puede afectar financiamiento a empresas y familias, restringiendo inversiones y consumos.
En 2024, las tarjetas representaron el 20 % de los pagos en ecommerce, y se proyecta que las transacciones electrónicas crecerán un 82 % entre 2020 y 2025. Estos datos reflejan la dependencia de la sociedad al crédito y la necesidad de reglar su uso.
En última instancia, las tarjetas de crédito pueden ser aliadas para la construcción de un buen historial y para acceder a oportunidades, siempre que se usen con disciplina. Convertirlas en enemigas solo requiere un desliz: desatender fechas de pago, sucumbir a gastos irracionales y olvidar que todo monto debe ser reembolsado, a veces con un alto costo financiero y emocional.
La clave está en la educación financiera y en la responsabilidad personal. Con un plan claro, herramientas de control y una mentalidad orientada al ahorro, las tarjetas de crédito pueden ser el trampolín hacia un futuro de estabilidad y crecimiento.
Referencias